¿Cómo y por qué se hace un concurso?
Las convocatorias de concursos entre diseñadores por parte de entidades o instituciones públicas buscan resolver una necesidad concreta, como la creación de la imagen de un acontecimiento, una imagen corporativa, etc. A pesar de que estos concursos suponen un esfuerzo a la hora de plantear un buen briefing que se ajuste a la problemática, también parecen reducir al mínimo la incertidumbre de si se obtendrán buenas propuestas entre las que elegir. El concurso, sobre el papel, es un sistema que principalmente permite visualizar soluciones diversas y que puede permitir que el convocante amplíe su abanico de proveedores conocidos obteniendo un producto “mejor” al que no hubiese llegado de otra forma. A la vez, los concursos son un sistema de contratación de mayor calidad y transparencia democrática, con lo que la misma convocatoria puede acontecer un evento público que da relevancia no tanto al diseñador como al convocante, incluso al tema del concurso, como sería el caso de un concurso de carteles para una fiesta popular, donde la misma convocatoria participa del espíritu del acto.
No obstante, para beneficiarse de todas las ventajas adscritas a la metodología no basta con convocar un concurso, sino que debe convocarse bien. Desgraciadamente, en demasiadas ocasiones, nos encontramos con convocatorias de concursos abiertos a cualquier persona interesada en participar, en los que no se remunera la participación y sólo se premia al ganador. Y desgraciadamente es la administración pública la que sigue perpetuando esta práctica mayoritariamente.
¿Por qué no deben hacerse concursos abiertos?
En los concursos abiertos no acostumbra a haber contacto directo entre los convocantes y los participantes. Se publican unas bases y todo aquel que quiere participar se ajusta a unas condiciones técnicas sin más información. Esto, a menudo, puede llevar a malentendidos sobre la naturaleza del encargo o que no se pueda obtener información en detalle. Dado que no hay diálogo con los convocados y que habrá muchas soluciones a escoger, tendemos a creer que entre las soluciones presentadas al final “alguien dará en el clavo”. Además, un concurso abierto significa que muchas veces el convocante no se plantea a fondo el problema a resolver, cuáles son los requerimientos exactos, y omite explicaciones sobre el entorno de la problemática.
Generalmente, en un concurso abierto habrá más participación que en un concurso restringido. Pero una mayor participación no garantiza más calidad y, de hecho, a menudo sucede lo contrario: no participan muchos diseñadores profesionales. l ser una disciplina relativamente nueva, el diseño gráfico, para mucha gente, es todavía una cosa relacionada con el ingenio, la ocurrencia o el buen gusto. Los concursos abiertos perpetúan la idea del diseño como una cosa meritoria, como si estas convocatorias fueran un concurso de talentos artísticos, en lugar de prestar atención al planteamiento del problema (que muy a menudo significa también empezar a resolver parte del problema) y el proceso.
En un concurso abierto se hace trabajar a mucha gente sin remuneración alguna para obtener una sola solución que se paga, cosa que no se hace con otras profesiones. ¿Por qué los diseñadores tenemos que trabajar sin remuneración? ¿Por qué no lo hacen los abogados, por ejemplo? Tampoco sirve de mucho pedir “solamente un cierto nivel de presentación” como por ejemplo esbozos o unas ideas básicas. Es precisamente esta parte del proceso la más difícil de resolver, y generalmente la más importante.
En muchas ocasiones, al acabar el proceso del concurso, el convocante hace una exposición de las propuestas o bien una publicación. Aunque generalmente se hace sólo con la intención de mostrar los diferentes procesos y, de paso, “promocionar el diseño”, está claro que, con más o menos buena voluntad, lo que únicamente se consigue es presentar al convocante como un mecenas, y no promover el diseño.
La alternativa a los concursos abiertos
La alternativa a los concursos abiertos y no retribuidos son los concursos remunerados que, naturalmente, tienen que ser restringidos a profesionales. En un concurso de este tipo primero se hace una convocatoria de porfolios para acreditar la profesionalidad de los candidatos.
Si bien es cierto que los concursos públicos podrían ser una buena oportunidad para que diseñadores jóvenes o no suficientemente conocidos pudieran llegar a realizar encargos importantes y visibles, la finalidad última de los concursos no es dar oportunidades, sino obtener soluciones en donde elegir. No obstante, acotando las directrices de los porfolios a presentar, puede fomentarse la participación de diseñadores noveles y desacomplejarles a la hora de presentar su trabajo frente a candidatos con mucha más trayectoria. Basta con limitar los trabajos a presentar en los últimos 3 o 5 años para dar cabida a todos.
De estos porfolios, y después de ser valorados por el cliente y expertos independientes del sector, deben de salir los candidatos a elaborar una propuesta concreta a la problemática planteada en el objeto del concurso. Y estos candidatos serán remunerados por la elaboración de dicha propuesta, para la cual dispondrán de un periodo de tiempo razonable. Así, no se hace trabajar a los diseñadores de forma gratuita, se les paga por sus propuestas, se lleven a cabo o no. Fácilmente estas propuestas, si son remuneradas, se elaborarán con más interés y no “probando a ver qué pasa” como puede pasar en un concurso abierto. También se da el caso en el que el convocante acostumbra a valorar más aquello que ha pagado, y esto se puede traducir en un juicio más atento.
Sea como sea, es imprescindible que todo concurso sea regido por unas bases que fijen las reglas del juego, que ayuden a definir el proyecto por parte de la entidad convocante y que protejan al profesional de posibles irregularidades.
ADG-FAD defiende que las bases de un concurso de diseño deberían contemplar, como mínimo, los siguientes puntos:
— Definición de un objetivo: el proyecto específico o el objeto a diseñar (por ejemplo, un cartel, una marca, un embalaje, etc.)
— Definición de una finalidad: qué uso se dará de la pieza creada por el diseñador (por ejemplo, comunicar un evento, promocionar una marca, etc.)
— Requisitos: explicación de las características del proyecto, aplicaciones, condiciones técnicas, etc.
— Definición de los participantes: a quién se convoca (si es un concurso abierto sólo a estudiantes, un concurso restringido a un listado de profesionales, etc.)
— Composición del jurado: el participante tiene derecho a saber quién juzgará su trabajo, cuál es su profesión y con qué criterio se valorará. Desde ADG-FAD recomendamos que como mínimo la mitad de los miembros del jurado sean diseñadores gráficos en activo.
— Remuneraciones: deben concretarse las remuneraciones para finalistas y adjudicatario y si el hecho de ser premiado comporta alguna obligación (por ejemplo, participar en actos públicos, etc.). También es conveniente especificar si el concurso puede declararse desierto o no.
— Derechos de autor: el convocante debe establecer de forma clara las condiciones de la adquisición de los derechos de explotación.
ADG-FAD recomienda además los siguientes procedimientos:
Plantillas base para los porfolios a presentar:
— Presentación del briefing a los finalistas: en persona en una reunión de todos los candidatos con el cliente para que puedan plantearse todas las preguntas que sean necesarias y la información se comparta a todos por igual.
— Presentación de las propuestas: cada candidato debe poder presentar su propuesta en vivo delante del jurado. Pueden establecerse unos tiempos máximos de presentación y destinar los minutos finales a que el jurado pueda hacer preguntas sobre lo que ha visto.
En ADG-FAD creemos que para participar en un concurso es necesario que cumpla las características hasta aquí expuestas y anima a no aceptar participar en según qué tipo de concursos que perjudiquen al colectivo profesional o desmerezcan la disciplina y la profesión. Pero, en todo caso, queremos dejar claro que es responsabilidad de cada diseñador –estudiante, principiante o ya establecido como profesional- considerar si debe presentarse a concursos, sean cuales sean las condiciones.