Recuperamos el texto escrito por Norberto Chaves a raíz de la concesión del premio Laus de Honor a Yves Zimmermann en 2016
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Por Norberto Chaves
Mi primer contacto con Yves Zimmermann se produjo debido a una llamada telefónica de un directivo de la empresa Catalana de Gas, hace aproximadamente treinta años. La empresa había solicitado varias propuestas de servicios para el diseño de su identificación corporativa y se decantó por dos de ellas, que consideró complementarias. Les interesó la obra gráfica de Zimmermann Asociados y nuestra metodología, y nos sugirió que hiciéramos una propuesta conjunta.
En ese ejercicio podría yo radicar el origen no sólo de nuestro intenso trabajo compartido, sino también el inicio de nuestra amistad. Por un lado, mi vocación por lo analítico y lo metodológico casaba con la racionalidad y rigor técnico de Yves. Su trabajo creativo no rechazaba los condicionantes programáticos emanados del previo estudio técnico del caso, más bien lo contrario: los reclamaba. Y una anécdota ilustra claramente esta actitud profesional. En la reunión de presentación de mi informe, que contenía aquellos requisitos programáticos para el diseño, el directivo a cargo del proyecto le hizo a Yves la siguiente pregunta: “¿No siente usted coartada su libertad al recibir un programa tan pautado como el que ha elaborado Chaves?” La respuesta lacónica y tajante de Yves fue: “yo odio la libertad; soy diseñador”. En sólo seis palabras, todo un manifiesto profesional.
A partir de ese trabajo, minucioso y completísimo, se sucedieron muchísimos otros casos de colaboración mutua: Banc Català de Crèdit, Ebro Agrícolas, ERCROS, Banco de España, Ministerio de Defensa (en este caso con la participación de un amigo común, America Sanchez), La Unión y el Fénix, ICEX y muchos más; aburriría enumerarlos. La complementariedad quedó más que demostrada; y al ejercerla yo me sentía crecer.
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Más allá de los servicios profesionales, otro vínculo importante se entabló a través de la editorial Gustavo Gili. Yves, que dirigía la colección GG-Diseño, me llamó para transmitirme la siguiente “orden”: “Tienes que escribir un libro sobre imagen corporativa”. Mi reacción instintiva fue el pánico: nunca lo había hecho. Su invitación marcó así un hito en mi carrera. Sin Yves ese libro difícilmente habría sido escrito. Él sabía que yo podía hacerlo; yo, no. Yves me inauguró como escritor.
Aquellos trabajos conjuntos motivaron mis continuas visitas al estudio de la calle Tuset y, con ellas, mi amistad con su inmejorable equipo: Ana Alavedra, Martina Fuentes, Isidre Barnils, Ana Majó y los anteriores David Guerra, Mario Gemín y Karin Taubert; y la imprescindible Paquita Carrillo, cuya desbordante simpatía anunciaba, ya desde la entrada, lo gratas que serían las reuniones de trabajo. Eran reuniones que siempre excedían el plano profesional y daban espacio a los intereses y preocupaciones compartidas: la ciudad, la arquitectura, el arte…
Aunque, sin duda, era la música donde nuestra empatía alcanzaba sus cotas más altas. Ambos somos melómanos consecuentes y el Palau de la Música Catalana era otro lugar de gozoso encuentro. Mozartiano irredento, Yves no paraba de actualizarme, informándome de sus hallazgos musicales y copiando, para mi disfrute, piezas únicas. Entre esos hallazgos no puedo olvidar a Edita Gruberová, la gran soprano eslovaca. Yves, con sus encendidas declaraciones de admiración por ella, llegó a inquietarme. Más de una vez sospeché que él fantaseaba con algo más que oírla cantar.
En todos esos campos de interés compartidos, su apasionada defensa de la calidad cultural iba siempre acompañada por su crítica implacable a las banalidades de la sociedad del espectáculo. Las vulgaridades de las puestas en escena “transgresoras” en las óperas, el sensacionalismo de cierta arquitectura posmoderna, la frivolidad e inconsistencia de la gráfica falazmente “creativa”…
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Otra prueba de su radicalismo la dio su inicial resistencia a aceptar su nominación para los Premios Nacionales de Diseño. Ajeno al mundillo profesional y sus vanidades, y sospechoso de las implicaciones de un trofeo otorgado por instituciones políticas, estuvo a punto de rechazar la invitación. Creo no haberme equivocado en aconsejarle, aun compartiendo su actitud, que la revisara. Apelé a un argumento, el único que él podría aceptar: “si bien el premio te lo darán a ti, es todo un equipo leal, que te ha seguido, el que recibirá ese reconocimiento”. Afortunadamente aceptó y así formó parte de la tanda de grandes diseñadores que conquistaron ese galardón.
Esta confianza recíproca tuvo otro pilar, que fueron las experiencias docentes, compartidas no sólo en España. Fue él quien me llevó a Ciudad de México, por primera vez para mí. Yves ya conocía aquel país, pues, fuera del campo profesional, había hecho sus incursiones etnográficas junto a Vigna, su entrañable compañera. Fue entonces de su mano que se inició mi trayectoria de colaboraciones académicas en aquel país de maravilla.
Recíprocamente, fui yo quien tuvo el honor de invitarlo a la Argentina. No sólo pude sentir orgullo por el reconocimiento que mi amigo recibió de mi país, sino también por su entusiasmo e interés por mis compatriotas y por sus ciudades: Buenos Aires, Rosario, Córdoba…
No menos gozosa fue nuestra visita a su gran amigo Andre Gürtler, mano derecha de Adrián Frutiger y amanuense de su celebérrimo alfabeto. Un viaje a Suiza, coronado por la visita al Museo de la Fundación Beyeler, obra de Renzo Piano. Nuevamente, tuvimos la satisfacción de coincidir en la apreciación del arte y la arquitectura, en este caso, sorprendentemente sobria y afín a nuestras convicciones.
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Pero estos intereses culturales de Yves excedían el campo del arte; pues su fascinación por el lenguaje – que también compartíamos – lo acercó a la filosofía, y su muy suiza poliglotía le permitió adentrarse en el difícil arte de la traducción, nada menos que de Heidegger.
Lamentablemente, no se dio la oportunidad de acompañarlo a su refugio griego en la isla de Sifnos y poder atestiguar su disfrute del escenario original de nuestro clasicismo; y su delectación en el descubrimiento de las deslumbrantes asociaciones semánticas del idioma griego, que tampoco le era ajeno. El diálogo acerca de las palabras era otra práctica compartida; y el juego de palabras, quizá, nuestro deporte favorito. Un día me contó, divertido, que en Grecia las empresas de mensajería se llamaban “metáfora”: o sea, metáfora al cuadrado. En síntesis, Yves es un suizo mediterráneo: racional y apasionado. Rara avis.
En realidad, lo que atravesó todas esas experiencias es su voluntad y capacidad para manifestar el afecto; actitud que, siendo recíproca, hacía que ambos acudiéramos ilusionados a cada encuentro. Su amistad es para mí un verdadero homenaje a mi persona, y en estas líneas he intentado, muy modestamente, retribuírselo en el contexto de este justo homenaje que hoy recibe de ADG FAD y, tácitamente, de Barcelona, su ciudad.
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